Desalejar*
Entre los fundamentos de la filosofía budista la idea de que lo único permanente es la impermanencia, a mi modo de ver, describe con acierto el motivo más profundo de esta exposición. Detrás de Transformer hay una inquietud por pensar el ser, pero no en el sentido holístico de lo único y distinto, sino en el fenomenológico de manifestación e interdependencia. A su manera, la elección del tornillo de playa como imagen protagónica invoca por un lado el acto duchampiano de privar de emociones la experiencia estética lo que, dicho con otras palabras, es compartir con el espectador el beneficio de la duda. Puede que la metamorfosis de un objeto, cuya función y diseño probablemente nos lleve a pensar en consideraciones artísticas, en el plano de lo simbólico nos ayude a desentrañar una preocupación de raíz ontológica.
Al protagonizar esta muestra, ese objeto representa la idea de algo inmediato o próximo como las antinomias que une y desune la rosca moledora de nuestro inconsciente. O sea, algo que está muy cerca pero que las tonalidades arenosas y pálidas de su envoltura enmascaran su presencia. Quizá por eso tenemos la sensación de que al tocar esos dibujos polvorosos sus figuras se borrarían. Pero al mirarlos detenidamente detectamos variaciones que si bien no alteran demasiado la forma, afectan su esencia.
Sin necesidad de recurrir al engañoso recurso del trampantojo, René Francisco nos deja saber con esas sutiles dobleces del objeto que lo que vemos, no es lo que es. Pues, lo que en apariencia es la manifestación de uno, de una obra a otra se vuelve otros a la vez. De manera que ese artefacto escurridizo, de semblante polvoroso y volátil, es como un oxímoron: yuxtapone dos ideas opuestas creando una nueva significación. Encarna la Real Politik de misiles que arrasan vidas a pocas puertas de nosotros como el abstraído recuerdo de la última tarde de idilio veraniego que pasamos en la playa. Su belleza cruel nos recuerda que no hay nada fiable y permanente.

Horror-placer, vicio-virtud, víctima-verdugo, abyecto-sublime son solo algunas manifestaciones del dualismo transformista subyacente en este objeto. Su consistencia, más que a la rigidez del material que está hecho, alude a la arenosa transitoriedad de lo sólido. Aunque tal vez no venga al caso, recuerdo La casa del alibi, una de las primeras investigaciones con las que René Francisco se inició en el mundo del arte. Era una serie de dibujos donde se representaba un inquietante bohío que, emergiendo del oscuro envoltorio de la nada, daba un salto a la existencia. La acotación es solo para recordar que esa preocupación por desalejar al ser ha estado ya desde los inicios de su carrera en la obra de René Francisco. Se conecta con el ser de Heidegger cuyo semblante es apenas un soplido tan voluble y tornadizo que es imposible de encontrar en alguna parte. Cambia de color y se transforma. Gira en torno a su eje o se desplaza fuera de él. Puede ser blando y rígido a la vez. Gaseoso o fluir espumoso y movedizo. Igual que la arena, se adapta a la forma pero no la condiciona.

El arte, según lo entiende René Francisco, puede redimir o encausar algo que está más allá del horror. Lo paradójico de ese encauzamiento es que situaciones límites como la guerra, la muerte y la desolación del espíritu pueden derivar en la producción de un hecho estético. Por ejemplo, la creación de un bodegón con las complejidades técnicas y visuales que su ejecución conlleva. Desde ese espacio pictórico, asociado en sus inicios a una aprehensión pasiva de la realidad, el aparente inactivismo de las imágenes opera como apaciguador del inconsciente neurótico. Pensemos en la estrategia de Morandi, uno de los referentes visuales más cercano a esta exposición. Mientras en las afueras de su estudio reinaba el descalabro fascista de la guerra, llenó su obra de silencio y contemplación meditativa. A través de objetos brutalmente cotidianos como jarras, tazas, vasos y floreros buscó la seguridad y permanencia que su entorno social le negaba.

Cabe preguntarse si el acto estético de producir naturalezas muertas puede llegar a compensar el permanente desequilibrio en que vivimos. Morandi contrapuso las formas sólidas de sus objetos a la inseguridad y el caos que lo rodeaba. René Francisco ha transformado el bodegón en un espacio óntico donde los más arduo no es escapar, sino aceptar la crueldad del conocimiento.
© Juan Carlos Betancourt
Berlin, 3.3 y 2024
*Desalejar en el sentido heideggeriano de crear un espacio a la mirada que penetra y escarba.