11 agosto, 2015

ANRI SALA: To Each His Own in Bridges


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To Each His Own in Bridges, 2015, es un performance en vivo para saxo, trombón y flauta de aprox. 35 min. creado por Anri Sala (Tirana, 1974) para la 12 Bienal de La Habana, en colaboración con André Vida. Como una constante en su trabajo, Sala observa el desvanecimiento de las utopías a través de una forma personal de poner en contacto la música, el tiempo y la memoria. Desde una perspectiva musical arqueológica, el hilo conductor de To Each His Own in Bridges son las 100 notas que componen la legendaria melodía de la Guantanamera. Para ello Sala creó una nueva partitura añadiendo a cada una de las 100 mencionadas notas un bridge* o puente musical tomado de canciones de diferentes países, ritmos y épocas. Siguiendo el esquema interpretativo nota/puente – puente/nota, saxo, trombón y flauta se van turnando aleatoriamente entre sí para crear una pieza cuya sonoridad difiere del ideal romántico y melancólico de la Guantanamera. Así pues, To Each His Own in Bridges puede verse también como una lectura simbólica de esa nueva “partitura social” cubana que se acerca, debatiéndose entre las disonancias de un presente marcado por el fin de la utopía y el comienzo de un pragmatismo social cada vez más amalgamado y difuso.

Juan Carlos Betancourt                                                                                                                         
Curador asociado















*Bridge o puente es una transición musical empleada para romper la monotonía de un tema preparando al oyente para el clímax. Es por naturaleza un recurso de distanciamiento que en To Each His Own in Bridges se invierte provocando un efecto contrario.

To Each His Own In Bridges, 2015, is a live performance for saxophone, trombone and flute, lasting about 35 minutes, created by Anri Sala (Tirana, 1974) for the 12th Havana Biennale in collaboration with André Vida. As always in his work, Sala observes the vanishing of utopias through a personal way of bringing together music, time and memory. Seen from the perspective of musical archeology, the thread running through To Each His Own In Bridges is provided by the 100 notes that make up the legendary melody of the Guantanamera. Sala has created a new score, adding to each of these notes a musical bridge* taken from songs from different countries, rhythms and eras. Following the performance structure note/bridge - bridge/note, sax, trombone and flute take turns at random so as to create a piece that sounds very different from the romantic, melancholy ideal of Guantanamera. To Each His Own In Bridges can thus also be seen as a symbolic reading of the new Cuban "social score" to come, teetering between the dissonances of a present scarred by the end of utopia and the beginning of a social pragmatism that is ever more cobbled together and diffuse.

Juan Carlos Betancourt        
Associate Curator



*A bridge is a musical transition used to break the monotony of a theme, preparing the listener for the climax. It is by nature a distancing mechanism, which in To Each His Own In Bridges is inverted to produce the opposite effect.

09 febrero, 2015

LA MASA YA NO ES LA MASA NI SU REPRESENTACIÓN




En todos los grandes relatos históricos, como en las novelas de ficción, ha sido siempre la intervención aislada de uno o varios sujetos el punto de giro principal que desencadena las acciones y los cambios inesperados. Pero las masas, por el carácter anónimo e impersonal de su presencia, y muy a pesar de su función determinante en estos acontecimientos, quedan siempre relegadas al papel secundario de los extras; son destinadas a llenar los fondos del escenario donde tienen lugar las transformaciones que ellas mismas operan, al fin y al cabo, sin garantías ni beneficio.

La masa, para que exista, tiene que convertirse ella misma en sujeto, en estrella de su destino. Los actos por sí solos no cuentan. Tiene que haber una actitud. Lamentablemente, de estas acciones se han registrado pocos antecedentes. Al parecer, no estimulan la imaginación del lector acostumbrado a las historias de buenos, villanos y princesas; no son sexy, no son acciones que dejan royalties. Accidentalmente en Fuenteovejuna, de Lope de Vega, encontramos una de esas raras excepciones donde la masa en pleno se auto-declara protagonista de los hechos para encubrir al verdadero culpable. Cuándo el juez tortura e inquiere a cada uno de los habitantes en busca del autor del crimen, todos responden que fue el pueblo de Fuenteovejuna. Con esta acción invirtieron la lógica que le asignaba un papel secundario para convertirse en sujetos activos de su destino.

Salvo raras excepciones como ésta, la historia siempre se encarga de relegar y devolver a la masa a su lugar de origen: el anonimato. Cuando pensamos en el antiguo Egipto, por ejemplo, lo primero que nos viene a la mente son los faraones. La Revolución Francesa nos hace pensar en Robespierre, Anton o Marat. Incluso, de aquellos movimientos que marcaron un nuevo paradigma de transformación social y política en el siglo XX, la Revolución de Octubre, la Revolución Cultural China o la Revolución Cubana, lo único que nos queda hoy son los nombres de Lenin, Stalin, Mao o Fidel.
René Francisco, Entropy 1, óleo sobre lienzo, 35 × 42 cm2012

Las ciencias sociales se han ocupado parcialmente de esto. O bien con tesis orientadas a segmentar la masa para calcular mejor su capacidad de rendimiento, producción y consumo. O bien para explicar la psicología de su comportamiento grupal. O ya para tipologizar su posición respecto a la cultura. En casi todas se insinúa el mismo esquema analítico: una masa instrumentalizada en función de o como objeto de una perspectiva jerárquica. Todas estas tesis, por lo general, parecen disimular cierta intención profiláctica. Sin embargo, son muy pocas las que verdaderamente ponderan la acumulación de saber, el potencial pedagógico, transformador y demiúrgico que detentan las masas en su núcleo.

En este sentido, desde finales de los 80s, una buena parte de la obra de René Francisco ha venido operando como un contrapunto silencioso de acción y cuestionamiento de esas corrientes mentales que dominan y promueven un saber parcializado e incompleto sobre las masas. De esa actitud nace, por ejemplo, una buena parte de su pragmática pedagógica y su visión horizontal de la enseñanza. En sus muchas formas de aproximación a ese fenómeno hay una en la que, a mi modo de ver, se articulan y contienen todas las demás: la idea de entender la masa como una entidad que nunca ha perdido su conciencia, siendo capaz de subjetivizar y personalizar sus intereses, restituyendo para sí el significado que le han escamoteado los discurso narrativos de las grandes personalidades históricas.

Tanto la pintura como los dibujos y la obra instalativa de René Francisco que tematiza las grandes aglomeraciones de sujetos anónimos nos sugieren una fuerte tensión paradójica. De repente, las figuras de los tubos de pasta dental (vacíos literalmente de contenido) que parecen condenados a una vida de marionetas teledirigidas se rebelan, como el Golem, contra el creador de su destino. Pero su rebelión no es violenta ni destructora. Adquiere, más bien, el rango de una revancha que se expresa por medio del lenguaje inveterado del cuerpo. Debajo de esa superficie gris y aplomada que relucen los tubos antropomorfizados de René Francisco, generaciones enteras de cadenas genéticas con sabiduría milenaria se conectan para festejar la bacanal de la desobediencia. 

René Francisco, Todo comenzó por la mata de plátano No.2, tinta sobre lienzo, 80cm, 2012


Así, la que parecía una masa hueca, gris, insignificante, descalificada, sin prestigio y destinada a permanecer en el subsuelo de la historia se eleva, frente a nuestros ojos, al rango de un sujeto colectivo capaz de gestionar y administrar así su propio significado emocional como todo ese potencial alternativo inseparable de su esencia más profunda: la felicidad. “Work in progress, in-site creation”, exposición presentada recientemente por Xin Dong Cheng Space for Contemporary Art en Beijing, es una fabulosa reafirmación y recreación simbólica de ese estado en que la imagen demuestra que puede adelantarse a su posibilidad.

Allí René Francisco dejó inscrita unas claves personales de aproximación a ese nuevo tipo de masa cada vez más imprescindible para el mundo de hoy: la masa-sujeto. Una masa que, por su novedad, todavía sigue siendo un nebuloso enigma para el viejo lenguaje de las ciencias sociales y una metáfora aún no fatigada por el arte.

Cuando entramos al vestíbulo o antesala de la exposición, chocamos primero con una representación de la masa-objeto. Obras como la serie Arsonists sugieren cómo este tipo de masa, modelada a imagen y semejanza de la disciplina y los imperativos morales heredados de la modernidad, se encuentra bajo un estado de presión latente, a punto siempre de estallar. Incluso, es sintomático que hasta la propia arquitectura, reflejo de ese racionalismo utilitario, evidencia también las necesidades ideológicas modernas de compartimentar, dividir y redistribuir el espacio vital de una masa que no parece encajar demasiado en su propio contenedor. 

René Francisco, La masa cortada, tinta china sobre papel, 272×122cm2005



El recorrido por estas antesalas concluye con Pinta un abstracto para mí. Una obra que funciona como transición hacia la sala principal, la sala dedicada a la masa-sujeto, y que al mismo tiempo nos expresa cómo la masa-objeto, en fase de degradación, va perdiendo cada vez más significado e interés hasta convertirse en una cosa abstracta e ilegible que ya no despierta el "ah" de la admiración, sino más bien el "hum" de una vaga curiosidad, pastosa y táctil, que ya nadie puede definir bien. 
Pasamos entonces a la sala principal. A la izquierda el inmenso mural denominado Entropía nos hace un guillo cómplice que no se parece al protocolo del recibimiento. La energía que desprende es inquietante. Es el resplandor de una lava fresca y caliente, escupida desde las mismísimas entrañas de un volcán invisible que, sin ser apocalíptico, anuncia el caos que precede siempre a toda transformación profunda.

Al otro extremo de sala, en el lado diametralmente opuesto al mural vemos un molino. Pero antes de llegar allí somos primero testigos de un proceso de reproducción. En la instalación La ruta del amor promiscuo comienzan a multiplicarse, sistemáticamente, unas figuras tubulares que, a pesar de su forma y gestualidad humanas, están desprovistas de ese atributo principal que es la cabeza. Les falta ese yo personal que identifica y distingue a un sujeto de otro. La similitud entre estas figuras es brutal, irritante, pero sin llagar a ser amenazadora o siniestra porque, al fin y al cabo, tienen algo que nos es familiar. Esta instalación está hecha con cinco neumáticos que progresan de menor a mayor y nos recuerdan la rueda de la vida. En el interior de los neumáticos hay pequeños espejos. Así, cuando nos paramos frente a ellos sentimos como un vértigo leve, casi perturbador. Intuimos que es el reflejo que dejan las imágenes más inconscientes de nuestro subterráneo emocional.

Sin embargo, ¿qué ha pasado con el yo cartesiano del conocimiento? ¿Es posible construir una identidad donde no intervenga la mente? ¿Dónde está el centro ahora? nos preguntamos ¿A dónde van esas corrientes de figuras aparentemente des-individualizadas? El eje que apuntalaba nuestro racionalismo comienza a rozar otro estado difícil de nombrar.

Algunas de esas cosas que normalmente no se pueden apreciar, incluyendo las preguntas que nos hacemos ahora, nos las sugieren obras como Dador. Una reverencia a la entrega. Por eso, vemos salir de un cubo, igual que sale y se esparce la plenitud de los cuernos de la fortuna, una corriente de tubos que se aglomeran en torno a un pozo, lugar de encuentro y, al mismo tiempo, el agujero negro por donde atisbamos hacia el misterio de lo desconocido; una  invitación a la introspección personal y silenciosa.

Esparcidos por toda la sala, en diferentes tamaños y posiciones, los cubos son otro elemento que se repite en esta exposición. En obras como El agua que tú tienes que ver o Si tú entras los cubos aparecen cargados de mucho simbolismo. Tienen el aura de esas herramientas primitivas inseparables de la condición humana. Recogen y vierten, propagan y fertilizan. Pero además, nos ayudan a visitar ciertas profundidades del ser todavía no invadidas de razón. Con ellos sacamos a flote la frescura inocente del conocimiento ancestral.
René Francisco, El agua que tú tienes que ver, instalación, medidas variables, 2012

Y siguiendo con las metáforas que dibujan el entramado simbólico de esta exposición, volvemos a la reproducción. Con ella nos viene dada la idea de que lo que se multiplica al mismo tiempo se aglomera y lo que se acumula llega a un punto en que desborda su propio contenedor y fluye como los ríos caudalosos. Al paramos en el centro de la nave central de la galería sentimos los campos de tensión que generan las dos extraordinarias corrientes de tubos que nos flanquean a ambos lados esta sala. A la izquierda está la corriente que se genera a través de la pieza Todo empezó por la mata de plátano o En busca de la felicidad. Un guiño lúdico a las miles de artimañas, recursos e imaginería que, a través del tiempo, ha venido adquiriendo el acto de la reproducción. 

René Francisco, Todo empezó con la mata de plátano, tinta china sobre papel, 35x747cm, 2012

Esta es la corriente que nos lleva hacia el costado izquierdo del molino. Titulado Trabajar juntos nos hace felices quizás este molino es el símbolo más poderoso de toda la exposición. Es el lugar que René Francisco denomina “la casa del impulso”. Aquí es donde el artista se involucra en una acción colectiva real cuya energía absorbe gran parte de su trabajo. El resto de la exposición es para él sólo un ejercicio de representación. 



Pero el molino es el corazón, el lugar donde se muelen, con la fuerza del colectivo humano, las semillas previamente cosechadas por el espíritu y el saber espontáneo. De aquí saldrá finalmente la harina para hacer el pan, ese emblema del conocimiento que alimenta y nutre la vida. El final nos conecta otra vez con el principio. Y así sucesivamente.

*Texto para el catálogo de la expo Work in progress de René Francisco, Xin Dong Cheng Space for Contemporary Art, Beijing, 2012